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La guarida del dragón – Primer premio 2001 del ensayo Ælfwine

Primer puesto, premios Ælfwine 2001

 

 

por Francisco Sempere Galant

 

Acerca del cuento “Egidio, el granjero de Ham”: su estructura y alcance, paralelismos con otras obras (tanto del propio Tolkien como medievales), sus guiños filológicos y algunos posibles alegóricos, su recepción entre los críticos.

 

 

INTRODUCCIÓN

“¿Es sólo un pequeño escrito pedantesco, después de todo? No sé que se haya oído mucho de él. No parece haberse impuesto a la atención de nadie”.

(JRR Tolkien, acerca de Egidio, el granjero de Ham , en una carta a Sir Stanley Unwin en Marzo de 1950).

 

Los motivos que me llevan a la elaboración de este artículo se oponen a la cita mencionada arriba, aunque, considerando la fecha en que fue escrita, no es muy extraño que Tolkien restase importancia a los méritos de Egidio. Después de varios intentos infructuosos, este cuento fue publicado en 1949, y no parecía que las ventas fuesen muy elevadas. A fin de cuentas, lo que el público podría esperar eran nuevas aventuras de hobbits, y no este relato con marcado acento medieval. ¿Pedantesco? No, más bien se trataba de una parodia cómico-heróica en donde Tolkien se burlaba de sí mismo, satirizando algunas ideas presentes en las obras que, como filólogo, él estudiaba. Por otra parte, Egidio merece ser recordado ahora, ya que se han cumplido 50 años desde su publicación. Me parece, por lo tanto, un buen motivo para escribir sobre él.

En la revista “Amon Hen” nº 98, del año 1989, se conmemoraba el 40 aniversario de Egidio con la publicación de algunos ensayos sobre este cuento. En uno se ellos, Christina Scull analizaba la historia de Farmer Giles. Aseguraba que ya existía una primera versión a finales de la década de los años veinte, que el propio Tolkien debía haber contado a sus hijos. En la Universidad de Marquette se guarda un primer manuscrito que bien pudiera ser la versión rechazada por Allen & Unwin en 1937 tras el éxito de El Hobbit. En Enero de 1938 Tolkien debía leer una conferencia sobre los cuentos de hadas ante la Lovelace Society en Worcester College, pero prefirió presentar una nueva versión de Farmer Giles. Parece que la lectura tuvo una buena aceptación, y Tolkien volvió a sugerir su publicación, incluso acompañada de otras historias y poemas. Finalmente, Farmer Giles salió a la venta en el otoño de 1949. En España tuvimos que esperar hasta Diciembre de 1981, cuando Minotauro editó Egidio, el granjero de Ham junto con Hoja de Niggle y El Herrero de Wooton Mayor, traducidos y comentados por Julio César Santoyo y José Miguel Santamaría. Posteriormente, estos tres cuentos también han sido publicados por separado.

 

HACIA UNA DEFINICIÓN DE EGIDIO

En el prólogo del libro, Tolkien asume el papel de traductor/editor de un texto escrito en un peculiar latín insular, y justifica el interés de dicha interpretación en dos puntos principales: por su valor histórico y por sus méritos lingüístico-geográficos. Por un lado, Tolkien hace ver a sus lectores que los acontecimientos del cuento debieron tener lugar entre el reinado del rey Coel y la aparición de Arturo. Si consideramos que los romanos abandonaron Britannia durante la primera mitad del siglo V, y que posiblemente Arturo fuese en realidad un líder militar celta (probablemente romanizado) que guió a su pueblo contra los invasores sajones a principios del siglo VI, tendríamos una franja histórica entre los años 450-500 d.C. en la cual podría haber tenido lugar el cuento de Egidio. Evidentemente, mi uso del condicional en la anterior frase se debe a que considero “verídicos” los hechos del relato que Tolkien “traduce” al inglés actual. En cuanto a los méritos lingüístico-geográficos aludidos en el prólogo, baste reseñar que T.A. Shippey asegura que Ham es ahora Thame, en Buckinghamshire, doce millas al este de Oxford, la capital del Reino Medio debe ser Tamworth, Farthingho está en línea recta entre ambos lugares, Worminghall y Oakley son poblaciones cercanas a Oxford, y, finalmente, es en Gales donde viven los gigantes y dragones (la bandera del País de Gales muestra a un dragón rojo). No obstante, y siguiendo con el prólogo, para el Tolkien-editor no se pueden determinar los límites del Pequeño Reino “debido a la escasez de evidencias”: “la capital se encontraba en el extremo sudeste, aunque desconozcamos con certeza su perímetro. Parece que nunca se extendió Támesis arriba por el oeste, ni más allá de Otmoor hacia el norte; sus límites orientales son imprecisos” (las cursivas son mías). ¿Es esto una crítica injusta por parte del “editor” de los flojos conocimientos geográficos del “autor”, o se trata más bien de un efecto narrativo llevado a cabo por Tolkien (quien consta como el verdadero autor/editor de Egidio, el granjero de Ham ? Ambas opciones son correctas si analizamos con mayor perspectiva el proceso creativo de JRR Tolkien.

Se podría definir al profesor de Oxford como un filólogo, escritor y medievalista. Esta aseveración no es nueva, y ha sido tenida en cuenta en diversos estudios de su obra. Pero, evidentemente, Tolkien no fue todo lo anterior por separado, utilizó una mezcla de estas tres cualidades en sus obras. Egidio, el granjero de Ham no es una excepción. Como medievalista, a Tolkien le desagradaba enormemente la interpretación de cierta parte de la crítica sobre Beowulf. Le molestaba el tipo de conclusiones a las que llegaban ciertos estudiosos, posiblemente porque no entendieron la obra como tal, y porque utilizaban traducciones en lugar del texto original, sin prestar atención a las palabras singulares [1]. Como filólogo, Tolkien sí lo hizo, y llevó esta técnica a la práctica en la totalidad de sus obras de ficción. ¿Qué estaba haciendo, pues, el Tolkien filólogo/escritor/medievalista en el prólogo de Egidio? Como filólogo, ironizar sobre “la luz que [el autor] arroja sobre el origen de algunos topónimos de difícil interpretación”. Como escritor, camuflarse de “traductor” de un texto conservado en latín insular sobre la historia del Pequeño Reino, “una leyenda quizá”. Como medievalista, satirizar mordazmente a aquel os que no sabían (podían) interpretar textos en inglés antiguo y medio, esos críticos que tanto le desagradaban por su incapacidad para entender Beowulf o Sir Gawain. Ahora bien, Tolkien fue más allá en la práctica. A lo largo de Egidio, el granjero de Ham fue dejando rasgos filológicos, matices medievales, envuelto todo ello en una historia épico-cómica.

La crítica ha definido a Egidio de manera muy variada: para Jane-Chance Nietzsche, “representa la única parodia medieval que imita tanto la forma o género medieval como se burla de las convenciones literarias medievales, ideas y personajes extraídos de las obras del siglo XIV, especialmente Sir Gawain y Los Cuentos de Canterbury de Chaucer” [2]; según Paul Kocher, se trata de “un cuento épico-cómico (mock-heroic)” [3]; para Katharyn Crabbe “Egidio, el granjero de Ham es de inspiración lingüística”, “desde el punto de vista estructural Egidio imita el cuento de hadas tradicionales”, y “es en muchos sentidos típico de la obra de Tolkien, sobre todo en el uso de estructuras tradicionales, en su sabor ligeramente medieval y en su interés por el lenguaje” [4]; T.A. Shippey afirma que “en todo el relato el humor lingüístico es primordial” y “su historia es la de una canción infantil” [5]; para Christina Scull “la historia es un sencillo cuento épico-cómico con muy pocos nombres o referencias académicas” [6]. Podríamos seguir citando comentarios, pero ya es posible concluir lo siguiente: que se trata de una historia sencilla, ambientada en la Edad Media, escrita con un marcado estilo épico-humorístico, y que debe parte de su valor literario a su inspiración lingüística.

 

EL CURSO DE LA FICCIÓN

El protagonista de esta obra es Egidio, un granjero de la aldea de Ham. Egidio estaba casado con Águeda, y además tenía un perro, Garm. En aquellos tiempos los perros podían hablar, y además a Garm le gustaba dar largos paseos buscando conejos. A Egidio lo que más le preocupaba, sin embargo, era su hacienda y su casa. En definitiva, “era un tipo bastante cachazudo, muy suyo y preocupado sólo de sus propios asuntos” [7]. Pero dicha paz se ve perturbada cuando un gigante, medio ciego y sordo, abandona su casa al noroeste, cerca de las montañas, y sale a dar un paseo. Cae la noche y el gigante se pierde. Llega por equivocación a Ham y comienza a destrozar las cosechas de Egidio y a aplastar algunas vacas y ovejas. Casualmente Garm, que había salido aquella noche, descubre al gigante, y se apresura a advertir al granjero del peligro. Egidio, con más fortuna que valor, consigue ahuyentar al gigante al dispararle con su trabuco. Todo el pueblo vitorea a Egidio y alaba su valor, y la noticia corre de aldea en aldea hasta llegar incluso a oídos del rey Augustus Bonifacius, quien considera propio enviar al granjero un pergamino y un regalo: una espada.

Sin embargo, los acontecimientos no hacen más que comenzar, y una nueva amenaza surge con la aparición del dragón, Crisófilax Dives. Éste había oído noticias, por mediación del estúpido gigante, de que en el este y el sur las tierras ofrecían comida en abundancia, y además no se divisaban caballeros alrededor. Crisófilax, pues, se dirige al Pequeño Reino y comienza a saquear aldeas y rebaños. En la Corte, los caballeros del rey, más preocupados por los torneos y otras formalidades, hacen caso omiso a la amenaza del dragón. Mas Crisófilax sigue acercándose a Ham, y de nuevo es Garm quien topa con él y da la voz de alarma. Los aldeanos, incluidos el párroco, el herrero y el molinero de Ham, instan a Egidio a que expulse al dragón. El párroco, que además era gramático y “podía ver en el futuro con mayor profundidad que los demás” [8], descubre que la espada en realidad es Tajarrabos, y que perteneció a Bellomarius, un legendario cazador de dragones. Así pues, Egidio sale (no sin cierta reticencia) en busca del dragón y, con la ayuda de su espada, consigue llevarle hasta la mismísima puerta de la iglesia de Ham. Allí, acorralado y amenazado ante la presencia de Tajarrabos y ante los aldeanos, Crisófilax promete volver al pueblo con su tesoro.

De nuevo las noticias llegan a la Corte, y el rey y su séquito deciden instalarse en Ham a la espera de la llegada del dragón con el tesoro. Evidentemente, el rey Augustus Bonifacius desea llenar sus maltrechas arcas con el botín del gusano. Pero el día acordado llega y Crisófilax no aparece. Entonces, el rey, encolerizado, ordena a sus caballeros (y a Egidio, por supuesto) a que consigan las joyas por la fuerza. No obstante, al aproximarse a la guarida de Crisófilax, la imprudencia e ineptitud de estos caballeros alerta al dragón, quien les ataca. Algunos caballeros huyen y otros mueren, pero Egidio consigue, una vez más, junto con Tajarrabos, doblegar al gusano y, atándolo con una cuerda, le obliga a transportar parte de su tesoro hasta Ham. De nuevo humillado y ante la amenaza de la incontrolable espada, Crisófilax se rinde y es domado por Egidio. Pero peor parado sale el rey Augustus Bonifacius, que ante la negativa de Egidio a darle el botín del dragón, intenta conseguirlo por la fuerza. Con ayuda del ahora aliado Crisófilax, el granjero vence al rey en el puente de Ham. El rey queda destronado y su lugar lo ocupa nuestro protagonista. Se inicia así un nuevo orden social, un nuevo período en la historia del Pequeño Reino.

¿Una trama compleja? No demasiado. El esquema del relato tiene mucho que ver con otras obras del propio Tolkien, especialmente con El Hobbit. Como Bilbo, Egidio atraviesa el camino que lleva a una doble recompensa: moral (prestigio, posición social) y real (riqueza). Así como Bilbo pasa por dos pruebas fundamentales (Gollum/Smeagol y Smaug), Egidio se las ve con el estúpido gigante y el dragón Crisófilax. Pero volvamos a la estructura del relato. Egidio, el granjero de Ham posee una distribución propia del cuento de hadas. “Egidio pasa por tres pruebas (el gigante, el dragón en el reino y el dragón en las montañas) por medio de las cuales cada vez sale más al mundo. Habiendo perseguido al mal hasta su origen, Egidio logra el final que Sam esperaba para Frodo en El Señor de los Anillos” [9]. De esta afirmación se extraen varias conclusiones: como si de fichas de dominó se tratase, unos hechos arrastran otros hechos, que a su vez provocan nuevas consecuencias. Si el gigante no hubiese perdido el rumbo al principio del relato, no hubiese habido respuesta por parte de Egidio, quien, con una gran dosis de suerte, consigue ahuyentarle. Esto causa la admiración del resto de vecinos de Ham, admiración que llega a oídos del rey Augustus Bonifacius. Éste decide regalar al campesino una espada mágica (sin saberlo). Pero tras el gigante viene el dragón, y sin la espada Tajarrabos no hubiese sido posible la conquista del reptil. Con el gusano de su lado, Egidio causa la derrota del rey y el círculo, historia o trama llega a un final feliz. Como en muchos cuentos de hadas tradicionales, el protagonista se transforma, l ega “a una edad adulta responsable. No le corresponde una de las recompensas tradicionales, el matrimonio, porque ya tiene esposa. No obstante, llega a Señor de Tame y, con el tiempo, a rey del Pequeño Reino” [10].

De todos modos, ¿es posible reconsiderar la idea de final feliz en Egidio, el granjero de Ham ? ¿Estaría Tolkien insinuando que, más allá de los acontecimientos al final del relato, Egidio no es un cuento de hadas tradicional? Mientras Egidio parece terminar felizmente, de hecho su conclusión encierra la profunda y problemática idea de la naturaleza cíclica de los reinos y reyes y la influencia de la Fortuna en el mundo. De hecho, la caída del rey y la aparición del nuevo reinado de Egidio alteran considerablemente el escenario de los hechos y toda la comunidad [11]. El propio Egidio pasa a ser Señor del Reptil Domado, después Conde, Príncipe y finalmente Rey. Sus hombres de armas se convierten en capitanes y se crea una orden de caballería completamente nueva: los Guardianes del Dragón. Por supuesto Águeda es la nueva reina, y el perro Garm consigue el respeto que engendraba el temor y magnificencia de su amo. En lo que respecta a su comunidad, el párroco llega a obispo, el herrero cambia su trabajo por el de enterrador, y el molinero se convierte en un obsequioso servidor de la Corona al pasar este oficio a ser monopolio real. Por consiguiente, el final feliz de Egidio lo es sólo en apariencia, como sucede en El Señor de los Anillos. T.A. Shippey afirma que “el relato también puede verse como uno de los varios trabajos que Tolkien escribió en esa época con referencia a su cambio desde el academicismo a la actividad creadora” [12].

 

PARALELISMOS

Al llegar a este punto, conviene preguntarse qué tiene de particular esta obra en el proceso creativo de Tolkien y cuáles son las evidencias en el relato del cambio al que aludía el profesor Shippey. Observando la obra en un contexto más amplio, Egidio, el granjero de Ham fue publicado en 1949, época en la cual Tolkien finalizaba la escritura de El Señor de los Anillos. Pese al duro trabajo que quedaba por hacer (revisar nuevamente la obra), el final de la Gran Guerra y la situación personal y académica del autor invitaban a la preparación y publicación de un relato como Egidio. Constituiría una salida, olvidarse por un momento de esos temas más elevados, más profundos, más oscuros que se examinaban en los Anillos o el Silmarilion. De nuevo es Shippey quien da unos pasos más al frente al sugerir la idea de Egidio como una alegoría. Apoyándose en el tratamiento de la figura del párroco, insinúa que, “en su mezcla de sabiduría, faroleo y sentido común el párroco representa a un filólogo idealizado (y cristiano); en cuyo caso, ¡el orgulloso tirano del Reino Medio que desprecia su hoja más mordaz se parece mucho a la crítica literaria que no se ha enterado de la importancia del estudio histórico del lenguaje! Se podría ir más lejos: Egidio el granjero representaría el instinto creador, la cuerda (como Tajarrabos), la ciencia filológica, el dragón, el mundo antiguo de la imaginación nórdica acostado sobre su tesoro de cantos perdidos, el Pequeño Reino, el espacio novelesco que Tolkien confiaba excavar, hacer independiente y, finalmente, habitar. Desde luego, tal alegoría sería una broma, pero una broma de corte tolkieniano, una contrapartida optimista a Hoja de Niggle” [13]. Broma o no, lo cierto es que resulta sutil y adecuada. No es extraño pensar que Tolkien tuviera este esquema en mente al respecto de Egidio, pero menos extraño es encontrar otras bromas o chistes sobre algunas de las obras que el propio Tolkien conocía muy bien.

En el capítulo “The Germanic King: Tolkien’s medieval parodies”, de su libro Tolkien’s Art, Jane-Chance Nietzsche elaboraba un estudio de aquellas obras de corte medieval escritas por Tolkien. Consistían, afirmaba, de romances, fabliau, dramas en verso aliterativo, poemas, baladas…géneros, en definitiva, que derivaban específicamente de la Edad Media. En concreto, Egidio, el granjero de Ham combinaba las formas medievales tardías del fabliau y el romance, teniendo como imaginario autor a un escritor del siglo XIV parecido al poeta anónimo de Sir Gawain. Precisamente Gawain es invocado en Egidio a través de ciertos paralelismos cómicos. La llegada del gigante a tierras de Egidio imita la aparición del Caballero Verde en la corte del rey Arturo. Ambas presencias “desafían” al futuro caballero Egidio y a Sir Gawain, y provocan el resto de los acontecimientos. Otro paralelismo existente es el papel de los caballeros en ambas obras. En Sir Gawain el protagonista reconoce con deshonor su fracaso ante la apuesta del Caballero Verde al aceptar el cinto mágico que la esposa de éste le regala. Su honor caballeresco ha sido mancillado, aun cuando supera con éxito la prueba. En Egidio, el granjero de Ham, los caballeros del rey Augustus han deformado el ideal caballeresco y son desacreditados de múltiples formas. Cobardía, hipocresía, falta de lealtad son algunas de las características aplicables a estos nobles más ocupados en mantener su imagen que en cumplir con su papel en la Corte. Sin embargo, y como resumen de esta comparación, en Sir Gawain el fracaso representa el éxito: “[Gawain] se purificará en valor y lealtad a lo largo de su aventura. La dama del castillo lo hará rico en templanza. Y al final, de regreso en la corte de Arturo, habrá vencido todos los riesgos, incluso el riesgo de extraviarse en el futuro. Al fin y al cabo, el Caballero Verde no ha sido más que una disculpa para volver a casa renovado” [14].

Como contrapunto a Sir Gawain, J.Ch. Nietzsche alude en su libro al tono humorístico que desprende Egidio, comparándolo con “El Cuento del Molinero” o “El Cuento del Mayordomo” de Chaucer. Estableciendo una oposición con el estilo formal y caballeresco del “Cuento del Caballero”, en Los Cuentos de Canterbury Chaucer incluyó otros relatos inspirados en los fabliau franceses, cuyo tono derivaba en sencillez y brutal realismo. Algo similar ocurre en Egidio. El estilo idiomático y rudo de los aldeanos se contrapone al más elevado lenguaje del rey Augustus Bonifacius y del dragón Crisófilax, quien toma a Egidio por un caballero de alto linaje durante su primer encuentro. Más aún, si bien Chaucer presentó los relatos del molinero y el mayordomo como contrapeso al relato del caballero, en Egidio el protagonista humilla a varios caballeros y también al rey. Existe, pues, latente la burla del romance heroico representado en la Corte y sus súbditos. Finalmente, el papel de la Fortuna está muy presente en “El Cuento del Monje”, cuando éste relata que Baltasar, hijo de Nabucodonosor, “fue de corazón orgulloso, vivió con pompa y magnificencia y, además, fue un indiscutible idólatra. Su elevada posición le afirmó en su orgullo, sin embargo la Fortuna le derribó y dividió su reino”. Concluye esta parte: “Señores, la moraleja de esta historia es: no hay seguridad en el poder. Cuando la veleidosa Fortuna quiere perder a un hombre, le quita su reino, sus riquezas y sus amigos tanto de alta como de baja condición”. En Egidio, el granjero de Ham el rey Augustus Bonifacius es orgulloso, y ese orgullo le llena de desprecio por lo vulgar. Regala la espada Caudimordax a Egidio y, sin saberlo, gracias a la Fortuna, le proporciona al granjero lo necesario para perder su reino, el tesoro del dragón, y su posición privilegiada entre las altas y bajas esferas sociales.

 

“….HASTA QUE LLEGÓ EL DRAGÓN”

Con esta frase, que aparece en la página 33 de Egidio, el granjero de Ham, el devenir de los acontecimientos del relato toma un nuevo curso. Con la presencia de Crisófilax la suerte de Egidio toma un nuevo camino (positivo). Lo curioso, aunque no casual, es que esta misma frase concluye el ensayo de Tolkien “Beowulf: los monstruos y los críticos”. Para Nietzsche, dicha sentencia significa la amenaza universal que para la humanidad representan el Caos y la Muerte [15]. Esta doble presencia de dicha frase en ambas obras abre un nuevo paralelismo. Si bien en Beowulf el héroe adquiere fama y gloria tras los enfrentamientos con los monstruos Grendel y la madre de éste, Egidio lo consigue después de echar al gigante de sus terrenos, aunque sea de forma inconsciente y con una buena dosis de Fortuna. En Beowulf también aparece un dragón, que causa la derrota y muerte tanto de Beowulf como la suya propia. Lejos de esta consecuencia, Crisófilax el dragón es vencido por el anti-héroe Egidio y se convierte no en un monstruo, sino en la mascota del nuevo rey, en un animal domado. Es más, la avaricia y el orgullo del rey Beowulf se ven identificados en la persona de Augustus Bonifacius. Beowulf muere aunque acaba con el dragón. El rey de Egidio, el granjero de Ham termina siendo vencido y destronado.

No obstante, la principal ironía que se deduce cuando intentamos profundizar en el papel que Beowulf pudo tener en Egidio viene del propio ensayo de Tolkien. En él, hace público su desagrado hacia la crítica literaria cuando ésta se enfrentaba al poema anglosajón. Aseguraba que Beowulf había sido mal interpretado, especialmente que había sido tomado como documento histórico, y no como obra literaria. Existe otra cita al respecto: “la costumbre de pensar en una trama resumida de Beowulf, desnuda de todo lo que le concede una particular fuerza o vida propia, ha hecho surgir la noción de que su historia principal es salvaje, o trivial, o típica, incluso después de su estudio. Sin embargo, todas las historias, grandes o pequeñas, son una o más de estas tres cosas si las desnudamos de ese modo. Sencillamente, la comparación de las tramas esquemáticas no es un proceso propio de la crítica literaria, si bien se ha visto favorecida por el estudio comparado del folklore, cuyo objetivo es principalmente de carácter histórico o científico (las cursivas son mías)” [16]. Debemos subrayar especialmente esto último, y volver por un momento al Prólogo de Egidio: “La traducción de este curioso relato…se podría justificar por su valor como testimonio de un período oscuro de la historia británica.[ ] Puede que alguien encuentre atractivos, incluso, al protagonista mismo y sus aventuras” [17]. Cuánta ironía desprende este párrafo. El Tolkien editor/traductor/escritor de Egidio decide, por un momento, situarse del lado de aquellos estudiosos que tanto desprecio le causaban. Como éstos, acentúa el valor histórico de su obra y sitúa lo literario “en la periferia”. Como la alegoría que establecía Shippey, Tolkien se burla de sí mismo y de los demás academicistas. Muy propio del profesor de Oxford.

Pero, si de monstruos hablamos, convendría dar una nueva vuelta de tuerca a Egidio y buscar un nuevo paralelismo. Si retrocedemos unos pocos años, encontraremos otro dragón, Smaug. Las comparaciones entre Egidio, el granjero de Ham y El Hobbit son de sobra conocidas: al igual que Bilbo, Egidio es un héroe involuntario, de hecho ambos renuncian a serlo durante buena parte de las historias. Los dos atraviesan una serie de pruebas que les permiten llegar a un final en donde se completa un ciclo. Entre esas pruebas, Bilbo se encuentra con dos monstruos: por un lado Smeagol/Gollum, y por otro Smaug. Para J. Ch. Nietzsche, Gollum representa “los pecados físicos de gula y pereza”, mientras que Smaug simboliza “los pecados intelectuales de la ira, envidia, avaricia y orgullo” [18]. No obstante, algunos de estos pecados están también presentes en otros personajes. Por ejemplo, Thorin y el Señor de Dale (avaricia y orgullo). En Egidio, el granjero de Ham, el gigante (primer monstruo) aparece “físicamente limitado, ya que es sordo y miope”, mientras que el dragón (segundo monstruo) está “espiritualmente limitado ya que es avaricioso y no tiene escrúpulos” [19]. Así mismo, la avaricia y el orgullo están presentes en el rey Augustus Bonifacius. Finalmente, el crítico-monstruo al que se aludía en el artículo sobre Beowulf aparecía como el narrador “arrogante” y adulto tanto en El Hobbit como en Egidio. Sin embargo, como ya he citado anteriormente usando las palabras de T. A. Shippey, esta técnica desapareció en escritos posteriores.

 

PASATIEMPOS FILOLÓGICOS

Como traductor y editor de Egidio, Tolkien discierne acerca de su tarea en el Prólogo. Sus comentarios sobre la naturaleza del manuscrito, su autor, y el interés que pudiera suscitar la historia ya han sido comentados previamente. Pero es en el mismo título de la obra en donde encontramos el primer atisbo de broma filológica: Tolkien reduce el largo y pomposo título del texto a un sencillo Egidio, el granjero de Ham. Muchos han notado que buena parte del encanto que ha suscitado esta obra deriva de la yuxtaposición entre lo serio y lo informal. El triunfo de Egidio supone el triunfo del pueblo, de lo ordinario, lo popular. Existen diversos ejemplos lingüísticos en el texto, que veremos a continuación.

Usando como principio la ficción, la nada, Tolkien deduciría que Tame es ahora Thame. La broma reside en que, en la lengua inglesa, “Thame con una h es un disparate sin justificación [ ] como Thomas, could, debt, doubt” [20]. El topónimo Worminghall (Palacio del Dragón) que aparece en el largo título original es, para Katharyn Crabbe, la inspiración lingüística de Egidio [Hall= sala, guarida, vestíbulo; Worm= gusano, dragón] [21]. El perro de Egidio, Garm, “no sabía hablar ni siquiera el latín macarrónico [dog-latín]; pero…podía usar la lengua popular tanto para amenazar como para fanfarronear o adular”, aunque su amo “sabía amenazar y fanfarronear mejor que él” [22]. La introducción en la historia de un trabuco [blunderbuss], arma aparecida en el siglo XVII, no deja de ser otro chiste lingüístico. El autor intruso se pregunta qué es un trabuco, y dirige la atención a la respuesta que dieron los cuatro Sabios de Oxenford: “Un trabuco es un arma de fuego, corta, de gran calibre, que dispara numerosos proyectiles o postas, y que puede resultar mortal dentro de un alcance limitado, aunque no se haga un blanco perfecto. Hoy desplazado en países civilizados por otras armas de fuego” [23]. Esos cuatro sabios serían los editores del Oxford English Dictionary, obra en la cual el propio Tolkien trabajó, y la definición aparece tal cual en el diccionario. Este detalle no sería demasiado relevante si no considerásemos la apostilla final a la definición: “Hoy desplazado en países civilizados por otras armas de fuego”. Irónicamente, más adelante, en Egidio, se nos dice que “nunca lo disparó [el trabuco]. Para los propósitos de Egidio bastaba por lo general que lo mostrase. Y el país no estaba civilizado aún, pues el trabuco no había sido desplazado; se trataba, en realidad, del único tipo de arma de fuego que había, y aúnasí era poco frecuente. La gente prefería los arcos y las flechas…(las cursivas son mías)” [24]. El chiste del trabuco implica que este pueblo todavía no estaba lo suficientemente civilizado como para usar armas más eficaces que los arcos y las flechas.

Más adelante, cuando las noticias de la derrota del gigante llegan a oídos del ey, éste es presentado con su nombre completo: Augustus Bonifacius Ambrosius Aurelianus Antoninus Pius et Magnificus, dux, rex, tyrannus et Basileus Mediterranearum Partium. Paul Kocher puntualiza que el nombre de “Ambrosius Aurelianus” podría derivar de “Aurelius Ambrosius”, citado por Geoffrey de Monmouth en su Historia regum Britanniae como predecesor y tío de Arturo. Añade que “si Tolkien deseaba engrandecerle aún más añadiendo el nombre de un Papa y el de uno o dos Emperadores romanos, mayor resultaba el chiste cuando el rey en cuestión es un miserable de tres al cuarto y un loco inútil” [25].

Posteriormente, gracias al párroco se descubre que la espada que este ineficaz rey ha regalado a Egidio es en realidad Caudimordax, llamada popularmente Tajarrabos, que perteneció a Bellomarius, el más poderoso exterminador de dragones de todo el reino. La identidad de la espada (mágica, por supuesto) es descubierta por el párroco, quien “era un hombre de letras y podía, que duda cabe, ver en el futuro con mayor profundidad que los demás” [26]. A diferencia de Andúril o Excalibur, que son portadas por héroes (Aragorn, Arturo), Caudimordax convierte en héroe a quien la lleva [27]. El párroco de Ham, a diferencia del armero del rey, tiene el detalle de fijarse en las runas y signos epigráficos de la vaina y la hoja, y descubre la verdadera identidad del arma. Egidio, se nos dice, sólo podía reconocer con dificultad las letras unciales (mayúsculas) y no era capaz de leer con seguridad ni su propio nombre. El armero del rey estaba tan acostumbrado a las runas y otros símbolos que pensaba que el arma era una “antigualla”.

Con esta espada Egidio sale al encuentro del dragón Crisófilax Dives, “de linaje antiguo e imperial y muy rico. Era astuto, inquisitivo, ambicioso y bien armado, aunque no temerario en exceso” [28] el amor y respeto hacia los dragones le venía a Tolkien desde muy temprano: “Intenté escribir un cuento por primera vez poco más o menos a los siete años. Era sobre un dragón. No recuerdo nada sobre él, salvo un hecho filológico. Mi madre no dijo nada del dragón, pero señaló que no era posible decir “un verde dragón grande” -a green great dragón- sino “un gran dragón verde”-a great green dragon. Me pregunté por qué, y me lo pregunto todavía” [29]. Shippey afirma: “Tolkien no quería que los dragones fuesen simbólicos, los quería con una garra plantada sobre lo real” [30], es decir, quería “humanizar” a sus dragones. Cuando se encuentran Egidio y Crisófilax, éste, inquisitivamente, considera “una suerte que nos hayamos encontrado”, para después preguntar el nombre del granjero. Cuando intenta engañar a Egidio (con el viejo truco de preguntar si se le ha caído algo), aparece Tajarrabos para poner las cosas en su sitio. La respuesta del gusano es “creo que no habéis sido muy sincero conmigo. [ ] Me habéis ocultado vuestro ilustre nombre y tratasteis de hacerme creer que nuestro encuentro era casual. Está claro, sin embargo, que sois un caballero de alto linaje. En otros tiempos, señor, los caballeros acostumbraban a lanzar un reto en casos como éste, después del pertinente intercambio de títulos y credenciales” [31]. El dragón toma a Egidio por un noble caballero y por primera vez le respeta, le teme. Pero no deja de ser un dragón, y cuando es llevado a Ham regatea con el resto de aldeanos la suma que ha de pagar por sus destrozos. Sin embargo, aun “humanizado”, un dragón es un dragón, y éste “carecía en absoluto de conciencia”. En su manera de hablar recuerda a Smaug: “habla con la educación agresiva característica de la clase alta británica” [32]; el dragón menosprecia a Bilbo/Egidio porque se siente por encima de ellos. Sin embargo, a Crisófilax no le esperará la muerte al final del cuento. Posiblemente Egidio no hubiese llegado a ser rey sin él, lo cual hubiese restado humor al relato. En definitiva, Crisófilax pasará a ser una nueva mascota, como Garm, dócil, obediente y mucho, mucho más poderosa. Se convertirá, así pues, en aliado del pueblo, en defensor de Egidio y los aldeanos frente al rey y los nobles.

Este triunfo de lo popular frente a lo elevado pudiera haber sido adivinado por el párroco, de quien ya hemos hablado como gramático y visionario. Como expuse antes, es una figura clave en la historia, no solo por identificar a Tajarrabos, sino también porque, en un alarde adivinatorio comparable a los Elfos de Lórien en El Señor de los Anillos, entrega una cuerda a Egidio ya que piensa que puede serle útil ante el dragón. El personaje del párroco ha sido ensalzado y reivindicado por estudiosos como el profesor Shippey, aunque debe admitirse que, como gramático y hombre versado y culto, podría haber sido acusado de usar la magia con fines no muy claros. A diferencia del resto de aldeanos, el párroco incluso podía leer runas y otros signos. En la Edad Media “el libro, y todo cuanto está escrito en general, se convierte…en un objeto misterioso y sagrado. A los ojos de un analfabeto, un escrito es por tanto mágico y adivinatorio a la vez [33]”. No es que los habitantes de Ham fuesen completamente analfabetos, pero hay algo de respeto y admiración siempre que el párroco interviene en el relato. Él podía ver en el futuro, podía ser, de algún modo, un mago. Sabía leer y además descifrar “caracteres epigráficos”. Se asemeja a un filólogo, es una burla que Tolkien hace de sí mismo.

Pero las bromas no terminan aquí. En Egidio, el granjero de Ham encontramos otros rasgos humorísticos: la figura del herrero, por ejemplo. Es descrito como lento y sombrío, y siempre anuncia catástrofes. Es lo que definimos como un gafe. Irónicamente, se le apoda Sam el Soleado, aunque su nombre auténtico es Fabricius Cunctator (Fabricio el Lento). Otro pasatiempo lingüístico aparece al final del relato, en la batalla del Puente de Ham. Cuando surge la figura de Crisófilax de debajo del puente éste exclama: ”¡Volved a casa, estúpidos -bramó- o acabaré con vosotros! En el paso montañoso yacen fríos ya muchos caballeros, y pronto habrá más en el río. ¡Todos los corceles y hombres del rey! [Al the king’s horses and all the king’s men]” [34]. Esta última cita aparece en la canción infantil del siglo XVIII de Humpty Dumpty (literalmente, una persona o cosa que, una vez derrocada, no puede ser restituida).

 

LOS CABALLEROS DEL REY AUGUSTUS

La sátira más mordaz de Egidio está centrada en el papel desempeñado por los caballeros del rey Augustus. En ningún caso sus hazañas y comportamiento son destacables ni dignas de alabanza. En su intento por exaltar lo vulgar, lo popular, lo cotidiano, Tolkien focaliza un buen número de cualidades negativas en la clase alta. Para empezar, el reconocimiento a Egidio por parte del rey llega con retraso (unos tres meses después de expulsar al gigante), con un borrón rojo como firma y una espada como regalo que, pensaba el rey, “era el tipo de regalo apropiado para un rústico” [35]. Cuando aparece Crisófilax en el cuento, se nos dice que los dragones solían merodear el Reino Medio, pero que gracias al “arrojo de los caballeros de su corte” habían dejado de hacerlo. Incluso en aquel os tiempos, continúa el narrador, un caballero era elegido para salir el día de san Nicolás y volver con una cola de dragón, ya que era costumbre servir al rey Cola de Dragón en el banquete de Navidad. Ahora, prosigue, lo que se sirve es una imitación “de hojaldre y pasta de almendras, con escamas bien simuladas de azúcar glaseado” [36].

Tras las primeras incursiones del dragón en el Reino Medio, la gente empieza a preguntarse: “¿Y los caballeros del rey?”. “Pero los caballeros no hacían nada. Oficialmente no sabían nada del dragón. Así que el rey tuvo que hacerles llegar de manera oficial la noticia y pedirles que pasasen a la acción tan pronto como lo juzgasen pertinente. Se vio desagradablemente sorprendido cuando comprendió que nunca les venía bien y que cada día posponían su intervención” [37] (las cursivas son mías). Curioso: tiene que ser el mismo rey quien notifique oficialmente la presencia del dragón. Desde luego los caballeros no quieren hacer nada al respecto, y tienen además su coartada: el cocinero real ya ha preparado la Cola de Dragón de ese año y, por otra parte, hay un torneo preparado para el día de San Juan. La respuesta de los aldeanos es “¡Dejad en paz la cola! ¡Cortadle la cabeza y terminad de una vez con él!”. Pero esta petición (muy razonable) no es tenida en cuenta en la Corte.

Mientras el dragón se acerca más y más a Ham, la inquietud se incrementa.Las miradas pasan ahora a Egidio, quien contesta que él no es caballero: “La caballería no es para los de mi clase. Soy granjero y estoy muy ufano de serlo: un hombre sencillo y honrado, y los hombres honrados no hacen buen papel en la corte, dicen” [38]. El molinero, enemigo de Egidio en todo el relato, pregunta si es preciso ser caballero y estar en la corte para matar al dragón (respuesta del pueblo: No) y si no parece que Egidio es tan valiente como cualquier caballero (respuesta: Sí). Así pues, una vez descubierta la verdadera naturaleza de la espada que Egidio recibió del rey, se intenta nuevamente convencerle. Nuevo problema: la armadura. Para cazar dragones es preciso llevar algún tipo de protección. Finalmente, cuando todo está previsto, la apariencia de Egidio es extravagante. Resulta chocante que, en un intento por parecer un caballero, la figura del granjero saliendo de Ham la víspera de Reyes se asemeja más a Sancho Panza que a Don Quijote.

Ahora bien, la actitud de Crisófilax cuando se encuentra con Egidio es muy significativa. Cree que el granjero es realmente un caballero. Sin saberlo, Egidio se comporta como un auténtico noble debería hacerlo. Por lo menos, así lo muestra Tolkien, tiene la valentía que los caballeros del rey no poseen. Pero sigamos. Pese a la inocencia de los habitantes de Ham, se llega a un acuerdo con el dragón: éste jura que regresará con todas sus riquezas el día de San Hilario y San Félix. Cuando el rey se entera, se interesa por el tesoro, ya que sus arcas están vacías. Llega con su corte unos días antes del regreso del dragón, premia con unas palmaditas “afectuosas” en la espalda a Egidio (cosa que no parece gustarle a sus orgullosos caballeros) y reclama para sí el tesoro (porque debió ser robado a nuestros antepasados), mientras sus guerreros “comentan la última moda en sombreros” [39]. El rey permanece en Ham esperando que l egue el 14 de Enero “intentando pasarlo lo mejor posible en aquel vil orrio miserable alejado de la capital” [40], para lo cual acaba con casi todas las provisiones de la aldea, que paga con bonos que canjeará cuando obtenga el tesoro del dragón. Ésto es un detalle desconocido para los aldeanos, quienes, inocentemente, creen que el rey llevará a cabo el pago con prontitud. Pero Crisófilax no aparece, y Augustus Bonifacius necesita dinero. Dice Tolkien: “Se despidió de sus leales súbditos, aunque con sequedad y despego; y canceló la mitad de los bonos de Tesorería”. Rojo de ira, asegura a Egidio que pronto tendrá noticias suyas.

Pronto llegan éstas: tres cartas firmadas. Una para Egidio, otra para el párroco (la única útil porque sólo él sabía leer el tipo de escritura de la corte) y una tercera para ser clavada en la puerta de la iglesia. Escrita en un estilo formal, en la carta se insta a Egidio a unirse a una expedición de caballeros del rey en busca del dragón y su tesoro. Curiosamente, el rey considera la acción del gusano de “mala conducta” y debe por ello ser castigado, por sus “fechorías, felonías y sucio perjurio”. Todo eso dice el rey: muy propio de alguien que se ha estado comportando como un hipócrita a lo largo y ancho del relato. A su llegada a la corte, a Egidio no se le permite siquiera descansar o comer. Su inclusión en la expedición molesta a los nobles caballeros, quienes dejan al granjero en la retaguardia, con los sirvientes. Sin embargo, cuando aparecen las primeras huellas de dragón, el miedo se apodera de los caballeros, que obligan ahora a Egidio a marchar primero. Además de cobardes, éstos nobles son imprudentes, ya que empiezan a hablar, reír y cantar. Todas las criaturas de la región se enteran de su presencia, pero ellos no se enteran de que poco a poco Egidio y su yegua van quedándose rezagados. En el momento en que ataca el dragón, los caballeros van discutiendo sobre aspectos de protocolo y etiqueta, y son cogidos por sorpresa. Su derrota es el fin a una actitud orgullosa, hipócrita, egoísta, llena de soberbia. No son auténticos caballeros, no debían serlo. Algunos son muertos, otros tantos huyen despavoridos. Tiene que ser de nuevo Egidio, el granjero, el aldeano, el hombre sencil o, quien restablezca la situación. “¿Qué hacéis, entonces, si me permitís la pregunta, con todos estos caballeros? Dijo Crisófilax”, a lo cual responde Egidio: “Yo no estoy haciendo nada ni tengo nada que ver con toda esta gente” [41]. Egidio obliga al dragón a sacar él mismo el tesoro de su guarida, pero se muestra compasivo y le permite quedarse con parte del botín. Para el autor “un caballero se habría mantenido en sus trece para conseguir todo el botín, y lo hubiera logrado, aunque cargando además con una maldición” [42]. Obviamente, Egidio se desmarca del papel de caballero. Mejor así que pertenecer al tipo de caballeros que aparecen en el cuento.

Finalmente, la última crítica es para el rey. Enterado de la llegada de Egidio a Ham, con el dragón cautivo y un gran tesoro, ordena que el granjero se presente en la capital. Preocupado por su situación financiera, y lleno de rabia al ver que Egidio no se presenta, decide partir él mismo a Ham con sus caballeros y hombres de armas. Durante el trayecto puede observar que las gentes no le vitorean ni aclaman. “Aquello transformó la ira ardiente del rey en fría cólera. Su aspecto era torvo cuando llegó al galope hasta el río tras el que se encontraba Ham y la casa del granjero. Había pensado poner fuego al lugar” [43]. El rey Augustus tiene prisa por recuperar su “tesoro”, pero se encuentra cara a cara con Egidio en el puente. Éste justifica su no comparecencia con un “tengo asuntos propios en los que ocuparme, y ya he desperdiciado mucho tiempo en vuestro servicio” [44]. Otra vez rojo de ira, el rey ordena que se le pida perdón y que se le devuelva la espada. En una respuesta cargada de ironía y doble sentido, Egidio dice “lo que se da no se quita. Y, por cierto, ¿a qué se debe tanto caballero y soldado? Si venís de visita, con menos hubieseis sido bien recibidos” [45]. Lo que el granjero quería decir era, en realidad, “si hubieseis sido un poco más inteligente, menos orgulloso y soberbio, y más humilde, no os encontraríais en esta situación tan lamentable”. La derrota del rey Augustus Bonifacius en el puente le lleva a perder su corona, su reino, y también su posición social. “No pudo conseguir ni un solo hombre que luchase contra el rebelde” [46].

 

DIBUJOS Y SONIDOS

No quisiera terminar este ensayo sin realizar un comentario personal. Hace ya unos cuantos años, durante una de mis visitas al Reino Unido, decidí comprar la versión en inglés de Egidio, el granjero de Ham. Conseguí encontrar la versión ilustrada por Pauline Baynes, y debo reconocer que Tolkien tenía razón al afirmar que estos dibujos reducían a simple comentario el texto escrito. No conozco muchos otros trabajos de otros autores inspirados en el cuento, aunque debe haberlos. Sin embargo, y por cuestión de suerte o casualidad, durante el mismo viaje conseguí unas cintas para cassette tituladas “Tales from the Perilous Realm”. Consistían dichas cintas en adaptaciones para la radio de El Herrero de Wooton Mayor, Hoja de Niggle, “Las Aventuras de Tom Bombadil”, y Egidio, el granjero de Ham. Realizadas por la BBC en el mismo estilo que la adaptación de El Señor de los Anillos, consistían en cuidadas dramatizaciones de tres cuentos de Tolkien más el episodio de Tom Bombadil de ESDLA. En concreto, y por la parte que nos interesa, la versión de Egidio me parece casi insuperable. Contando con la participación de Michael Horden como Tolkien (narrador), la audición de dicha versión es un complemento agradable del texto escrito. Creo que a Tolkien, quien desconfiaba de artilugios modernos como el magnetofón, no le hubiese desagradado esta dramatización.

 

CONCLUSIÓN

Como fin a este ensayo, quisiera volver al principio para decir de nuevo que mi principal intención consistía en dar un pequeño homenaje a una obra “menor” de JRR Tolkien (aunque solo en tamaño) en su aniversario (nada menos que 50 años). He tratado de recopilar todas aquellas opiniones sobre unos u otros aspectos de la obra que a menudo suelen pasar desapercibidas, y si era preciso, comentarlas, rebatirlas o ampliarlas. Por eso estoy en deuda con aquellos autores a los cuales he citado, aunque sólo sea por haber leído sus trabajos. Ha sido un proceso largo (quizá demasiado) y no siempre constante, pero creo que ha valido la pena. Me sentiré satisfecho si alguien, después de leer esto, vuelve a coger entre sus manos ese libro del cual tanto hemos hablado aquí, y encuentra una nueva perspectiva a su lectura, algún detalle que había olvidado, un descubrimiento. Espero que nadie lo considere pedantesco, ni lo olvide demasiado.

Francisco Sempere .

“Egidio”.

 

 

 

NOTAS

[1] El Camino a la Tierra Media, T.A. Shippey p. 20
[2] Tolkien’s Art, Nitzsche, J. Ch. p. 85
[3] Master of Middle Earth, Kocher, P. p.159
[4] Tolkien, Crabbe, K. pp. 184-193
[5] El Camino a la Tierra Media pp. 122, 124
[6] “The Publishing History of Farmer Giles of Ham” en Amon Hen nº 98 p. 9
[7] Egidio, el granjero de Ham, JRR Tolkien, p. 24
[8] Ibid p.56
[9] Tolkien, pp. 188-9
[10] Ibid, p. 190
[11] Tolkien’s Art, pp. 76-7
[12] El Camino a Tierra Media, p. 123
[13] Ibid pp.123-4
[14] Introducción a Sir Gawain y el Caballero Verde, Luis Alberto de Cuenca, ed. Siruela, p. XIV.
[15] Tolkien’s Art p. 86
[16] Beowulf: los Monstruos y los Críticos, JRR Tolkien, p.24
[17] Egidio, el granjero de Ham p. 21.
[18] Tolkien’s Art, p. 86
[19] Ibid p. 86
[20] El Camino a la Tierra Media, p. 124
[21] Tolkien, p. 186
[22] Egidio, el granjero de Ham, p. 23
[23] Ibid, pp. 27-8.
[24] Egidio, el granjero de Ham, p. 28.
[25] Master of Middle Earth, p. 162
[26] Egidio, el granjero de Ham, p. 56.
[27] Master of Middle Earth, p. 162.
[28] Egidio, el granjero de Ham, p. 35.
[29] Cartas, nº163.
[30] El Camino a Tierra Media, p. 70.
[31] Egidio, el granjero de Ham, pp. 50-1.
[32] El Camino a la Tierra Media, p. 116.
[33] Historia de la Vida Privada: Tomo 2 La Alta Edad Media, Ariés Ph., Duby G., Ed. Taurus, p.113.
[34] Egidio, el granjero de Ham, p. 76.
[35] Ibid, p. 32.
[36] Ibid, p.33.
[37] Ibid, pp. 37-8.
[38] Ibid, p.39.
[39] Ibid, p. 57.
[40] Ibid, p. 58.
[41] Ibid, p. 66.
[42] Ibid, p. 69. Existe la creencia, en varias mitologías, de que la toma o posesión de un tesoro lleva también una maldición para quien lo coge. Ver, a este respecto, el libro El Anillo de Tolkien de David Day.
[43] Ibid, p. 74.
[44] Ibid, p. 75.
[45] Ibid, p. 75.
[46] Ibid, p. 77.