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Tolkien: Su legado artístico II – Conversation with Smaug

Os presentamos un nuevo artículo sobre la faceta de Tolkien como ilustrador, obra de María Jesús Lanzuela «Selerkála» publicado en la revista ESTEL.

 

Esta imagen, titulada “Conversation with Smaug”, forma parte de la serie de dibujos y acuarelas y que realizó Tolkien sobre El Hobbit. Se encuentra en un libro cuyo título original es J.R.R. Tolkien, Artist & Illustrator, editado por Harper Collins en 1995.

En el anterior artículo ya se comentó cómo surgió esta serie de dibujos y por qué son como son: pocas tintas para abaratar costes de imprenta, sencillez y detallismo, cierto aire naïf… pero sobre todo, el ingenio de Tolkien, que poseía un gran talento también para la ilustración, pese a que él consideraba lo contrario.

J.R.R. Tokien – «Conversation with Smaug»

 

En cualquier caso, a la vista está que sus manos también tenían aptitudes más que válidas para esa tarea. En esta maravillosa ilustración a color (recordemos que también tiene varios dibujos sin colorear), el protagonismo en un primer vistazo se lo lleva Smaug y su lecho de oro y joyas. Ocupa la escena centrado, sobre una línea de horizonte alta, para que los detalles secundarios pero narrativos, nos expliquen la escena en la parte inferior.

Esos detalles sólo los apreciamos si nos acercamos con el sigilo de un saquehobbit a la escena. Podemos ver, a la derecha de la imagen, a los pies de la montaña de oro, una silueta dentro de lo que parece una nube de humo. No es otro que el Señor Bilbo Bolsón, y esa extraña nube es la ingeniosa y sutil manera que J.R.R. Tolkien tiene de expresar que nuestro querido hobbit lleva puesto el Anillo, y que por tanto es invisible. También alrededor de ese dorado lecho, vemos destacados sobre fondo negro, una serie de cráneos y otros huesos, indicándonos que ese “adorable” dragoncito es un devorador de enanos. Parece simple decoración de la escena, pero está cargado de simbolismo: Smaug tiene un pasado, y está manchado de sangre.

En cuanto al propio Smaug, vemos como parece tener rasgos algo dulces asemejándose, tal vez, a la cara de un perro. No es un fiero ser escamoso o con aspecto de gusano, si no que esa mirada vivaz denota cierta inteligencia,  y sobre todo mucha curiosidad por ese pequeño ser que huele pero no ve, y que le habla con tanta educación, como buen Bolsón educado que es. Ha elegido Tolkien para Smaug tonos rojos y anaranjados, en relación con su característica principal anunciada por el humo de sus fosas nasales: es un dragón de fuego. Y pese a estar acostado sobre tonos ocres y dorados, su silueta se recorta claramente en el fondo, gracias a un perfecto perfilado.

En lo alto de la montaña de tesoros, vemos quizá el más importante de todos ellos: la Piedra del Arca, destacando con un brillo en la caverna, y llamando nuestra atención para con lo que vendrá después en la narración. Más allá, al fondo, varios pasadizos oscuros que conducen a las estancias de Erebor, y decoración en las paredes rememorando el glorioso pasado del pueblo enano. Todo pequeños detalles que conforman una escena sumamente narrativa.

Pero ese “sencillo” detallismo que tanto gustaba al Profesor no se queda ahí: las tinajas de barro que ocupan la sala, tienen inscripciones en runas enanas y también en tengwar. El filólogo que nuestro admirado Tolkien llevaba a flor de piel no iba a dejar pasar la oportunidad de decorar esos recipientes con las letras que tanto amaba. Llama también la atención lo bien que ha sabido ordenar los colores y la luz de los mismos para dirigir nuestra mirada al primer vistazo, ya que toda nuestra atención se centra primeramente en las alas rojas de Smaug, para recorrer rápidamente su cuello y ya, usando lenguaje  cinematográfico, abrir plano para captar el resto de la escena, desde la llamativa montaña dorada que se recorta en un fondo neutro de grises y azules, hasta los demás detalles que hemos analizado.

Podemos fijarnos además en cómo hay varias líneas compositivas: de la vasija de abajo a la izquierda, se nos dirige la vista hacia las alas del dragón, y de ahí a la Piedra del Arca. También si vamos de Bilbo hacia arriba a la izquierda, vemos la mirada curiosa de Smaug, y tras él, la salida y salvación del valiente saquehobbit.

Para rematar la escena, el Profesor añade el título de la misma en la parte inferior derecha, y a su lado, muy delicadamente, rubrica su trabajo como era costumbre, lo cual indica, por mucho que dijese lo contrario, que estaba satisfecho con lo que había realizado. Aunque tal vez le diese cierta vergüenza inocente reconocer que también tenía maña para eso de manejar los pinceles y los colores, pero una persona tan inteligente como él sabía que lo estaba haciendo bien, y por eso orgulloso (al igual que Niggle) de lo que hacía, firmaba sus dibujos.

Es muy posible que cada persona vea algo distinto; a cada una le resonarán frases diferentes de sus escritos al ver los dibujos, y cada uno de vosotros tendréis vuestra escena favorita, pero de lo que no hay duda es que estas maravillas pictóricas son para disfrutarlas. Nunca está de más analizarlas, desmontar pieza a pieza y sacarle el jugo, pero al final, debemos tomar distancia, y mirarla con nuestros propios ojos. Igual que sus historias, cada uno las imaginamos diferente. En este caso, las ilustraciones muestran lo que él tenía en su mente. Pero…¿qué había en las vuestras antes de ver su dibujo?